Por Raquel Bierzwinsky
Existen en esta ciudad restaurantes que uno visita y se queda intrigado, ya sea porque la primera vez solo disfrutamos de una probadita o porque reconocimos algo especial y único pero algo más nos distrajo. Eso me paso con The Musket Room. Lo visité por primera vez en mi cumpleaños el año pasado con un grupo de amigos, solo tres meses después de su inauguración y, todos coincidimos que nos había encantado, pero entre la fiesta y la copa la comida tomó un segundo lugar. Así que finalmente decidí regresar, meses después de que la Guía Michelin le había otorgado una de sus prestigiadas estrellas.
The Musket Room es el primer restaurante del chef
neozelandés Matt Lambert, quien previamente cocinaba en Public, a solo un par
de cuadras al sur en la misma Elizabeth Street, en NoLiTa. Mientras el chef
Lambert cocina, su esposa, Barbara, maneja las operaciones y el frente de la
casa.
El concepto detrás de la cocina de The Musket Room
es resaltar la comida neozelandesa con técnicas de cocina modernas. ¿Y a qué
sabe la comida neozelandesa, se preguntarán? En el Musket Room, deliciosa.
No únicamente confirmé lo que ya suponía, sino que
puedo decir que The Musket Room es hoy por hoy uno mis restaurantes favoritos
en Nueva York. Es de los pocos lugares que, sin pompa y fanfarria y sin cobrar
precios extravagantes, está cocinando de la mejor comida en la ciudad.
El chef Lambert trae desde Nueva Zelandia varios de
los ingredientes, así como algunas carnes, por ejemplo el venado, el cual es
uno de sus mejores platillos. Su comida es preparada con mucha meticulosidad y
atención al detalle, tanto en sabor como en presentación. Lo mismo puede
decirse de la carta de vinos, la cual francamente ofrece una selección
excelente de vinos neozelandeses que vale mucho la pena probar, más allá de los
típicos syrah y sauvignon blanc.
El menú cambia con la temporada y la disponibilidad
de ingredientes. Para el menú de primavera, de las entradas, el salmón Ora con
mandarina seca, semillas de girasol, puré de mandarina satsuma, aceite de
vainilla y gelé de aceite de oliva es excelente. El salmón, aunque parece ser
servido crudo, está preparado sous vide, por lo que el sabor es distinto del
que se espera visualmente.
Otra deliciosa entrada es el callo de hacha ahumado
(scallops), preparado con pera, una reducción de ajo negro, pepino y ejotes
(sea beans), decorado con flores comestibles que le dan un toque artístico al
platillo y que también son usadas en varios otros platillos.
Les voy a compartir un secreto. Esto de escribir
acerca de comida y hacer muchas preguntas a los meseros tiene sus beneficios.
Uno de ellos es que los restaurantes a veces me traen platos a probar
adicionales a los que he pedido, cortesía de la casa. En este caso, me consintieron con un flan de coliflor
coronado con caviar y acompañado de coliflor cruda y una croqueta de pan, que
estaba delicioso. Definitivamente la cocina sabía lo que estaba haciendo.
De los platos principales, hay dos que son
verdaderamente extraordinarios: El venado rojo neozelandés preparado con
sabores de ginebra y el mero (grouper) con alcachofas.
El venado es un platillo típico neozelandés y, para
darle sabores de ginebra, se acompaña de merengue de enebro (juniper -
utilizado en la ginebra), jugo de anís, puré de raíz de apio (celery root) y
eneldo rostizado. Extraordinario. De esos platillos que uno tiene que pausar de
emoción después del primer bocado. Además de que vale la pena probarlo por ser
un platillo que se prepara en muy, muy pocos restaurantes y no con la perfección
con que lo hace The Musket Room.
El mero es uno de los mejores pescados que he comido
últimamente. Cocinado a la
temperatura perfecta, está preparado con corazones de alcachofa, puré de
alcachofa, mejillones en vinagre y una espuma de queso parmesano. Me pirateo la receta para hacerla en
casa.
El menú también siempre ofrece una opción para
vegetarianos. Por ejemplo, esta temporada se ofrecen gnocchis de tofú en salsa
de tomate y champiñones, que se comentó estaban muy buenos. Mis acompañantes también elogiaron el
pato, preparado con zanahorias y fresas verdes.
El menú de postres, preparados por el chef de
repostería Rob Rohl, ofrece seis opciones y refleja la misma atención y
delicadeza en el balance de sabores y la presentación artística que los
platillos salados. En esta ocasión,
probamos el pastel Pavlova de maracuyá, cubierto por una tapa de merengue y
acompañado de crema y fresas, así como el pastel de miel, el cual consiste de
un rollito de pastel con requesón de limón, acompañado de betabel (si, y sabe
muy bien), helado de aceite de oliva (una típica combinación para el pastel de
miel) y bavois. Bastante buenos ambos, aunque no son las estrellas del menú.
The Musket Room también ofrece dos menús de
degustación, uno con seis platillos por $75 y otro con diez platillos por $115.
Las porciones en el segundo son bastante más pequeñas, pero ofrece más variedad.
En lo particular, me parece una mejor opción por el factor precio/cantidad el
menú de seis platillos.
Si tienen tiempo, vale la pena llegar un poco antes
y pedir unos tragos en la barra, pues su menú de bebidas y cocteles es muy
bueno, además de que el espacio es bastante agradable y el diseño del
restaurante es moderno minimalista, pero elegante. Y es en la pared detrás de la barra donde uno encuentra el
mosquete que le da el nombre al restaurante.
Tras mi segunda visita al
restaurante, coincido con la Guía Michelin. The Musket Room tiene muy bien merecida su estrella.
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